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Mónica, la profa de castellano

El Dios Ibero

Reflexiones sobre "El Dios Ibero"

JOSE MARÍA BIZCARRONDO

Soria, Hogar y Pueblo. 1975

Una característica muy peculiar que me parece ver en muchos poemas de Antonio Machado, y sobre todo en los que de algún modo, más o menos directo, se refieren a la realidad española o de los hombre de España, es una acusada disposición binaria. Esta disposición binaria que afecta a buena parte de los elementos de cada poema, parece querer translucir a nivel de expresión, alguna inseguridad, alguna vacilación o algunos aspectos contradictorios del nivel del contenido.
Voy a intentar analizar brevemente esto que digo, tomando como base el conocido poema “El Dios ibero” que es el nº CI del libro “Campos de Castilla” en la edición de Obras Completas. Poesía y prosa de la Editorial Losada.
Para el hombre ibero hay dos “Dioses” o si se prefiere dos aspectos de un solo Dios, y estos dos “Dioses” o estos dos aspectos de Dios, están opuestos completamente. Uno es “el Señor que grana centenos y trigales”. Ante estos dos aspectos el hombre ibero adopta igualmente dos actitudes que también son opuestas: o se enfrenta a él con “una seta”, o le alaba con “un gloria a ti”, es decir rebelión violenta por una parte, sumisión y alabanza por otra. La oración que el hombre ibero dirige a este Señor favorable, presenta también un acusado binarismo: “adoro porque aguardo y porque temo” donde no se podrá hablar tan propiamente de una oposición, sino más bien de acumulación, “porque aguardo y porque temo” no son dos razones que se contradigan, sino que se acumulan potenciándose una a otra. Si que hay oposición en cambio en los dos versos “con mi oración se inclina hacia la tierra un corazón blasfemo”. Ahora el juego de oposiciones cobra, quizás un carácter más sutil. Si antes la oposición era muy marcada, y había “una saeta” para “el Señor que apedreó la espiga y malogró los frutos otoñales” y “un gloria a ti” para el Señor que grana centenos y trigales” ahora a ese mismo “Señor de la ruina” se dirige una oración en lugar de una saeta, pero esa oración es paradójicamente la oración de “un corazón blasfemo”. El juego de oposiciones adquiere por ello mayor complejidad y riqueza. Y pienso que esto sirve para expresar el carácter complejo y a veces contradictorio del hombre ibero. Esta complejidad a la que acabo de aludir me parece un acierto: con ella se elimina un posible simplismo del comienzo del poema; ya no se trata de que haya una saetas o una blasfemia para el Dios desfavorable, y una oración para el Dios benefactor; ahora se mezclan los dos aspectos, blasfemia y oración, ante un Dios único que muy curiosamente es “el de la ruina”, un Dios en el que predominan los aspectos negativos, y al que se adora fundamentalmente “porque temo”.
Este Dios ofrece otra característica; es poderoso: “sé tu poder”, y este poder del Dios lleva consigo en el hombre, “conozco mi cadena”, es decir un enfrentamiento poder-sumisión.
Se sigue con la estructura binaria que ahora va a adoptar la forma de versos y estrofillas bimembres:


¡Señor del iris, sobre el campo verde
donde la oveja pace,
Señor del fruto que el gusano muerde
y de la choza que el turbión deshace,
tu soplo el fuego del hogar avivan
tu lumbre da sazón al rubio grano.”

En los que la estructura marcadamente bimemore está al servicio de la expresión de una serie de cualidades, a la vez alabanza, reconocimiento de superioridad, y sometimiento, que constituye el cuerpo de la oración del hombre ibero.
De nuevo aparece esta estructura con carácter de oposición en los versos

“¡Oh dueño de fortuna y de pobreza,
ventura y malandanza,
que al rico das favores y pereza
y al pobre su fatiga y esperanza!”

en los que muy sutilmente se introduce una cierta crítica, o un cierto grado de rebelión contra ese dios que favorece a los ricos y deja como única fortuna de los pobres “su fatiga y su esperanza”. Creo ver en estos versos, (y me gustaría que lo que voy a decir quedase en unos paréntesis de cautelosa reserva), una crítica machadiana, no directamente contra ese Dios, sino contra una forma de religiosidad y sobre todo de religiosidad institucionalizada, favorecedora de las clases privilegiadas y difusora de que a las clases menos favorecidas siempre les queda la esperanza. Esperanza que se expresa en términos completamente ambiguos; no se sabe si es la esperanza de un cambio, de tiempos mejores, o simplemente la esperanza de la otra vida.
La oración se consuma en los versos

¡Señor, hoy paternal, ayer cruento,
con doble faz de amor y de venganza,
a ti en un dado de tahúr al viento
va mi oración, blasfemia y alabanza”.

Se sigue en la línea de las oposiciones, que quizás refuercen lo dicho en el párrafo anterior. Posible crítica de ese Dios de dos caras “de amor y de venganza”, “hoy paternal, ayer cruento”.
Y la conclusión de la oración “a ti... va mi oración, blasfemia y alabanza” enlaza claramente con el principio de la misma, “con mi oración se inclina la tierra un corazón blasfemo.” Es curioso observar que a la doble faz del Dios ibero corresponde la doble faz del hombre hispano que a la vez que alaba, blasfema.

Este hombre ibero
... puso a Dios sobre la guerra,
más allá de la suerte,
más allá de la tierra,
más allá de la mar y de la muerte!

Mediante el juego de bimembraciones, algunas con marcado carácter opositivo, otras más bien de tipo acumulativo, se han definido claramente los dos elementos importantes del poema: el Dios por una parte, el hombre ibero por otra.


Nos acercamos a la conclusión del poema:
¡Qué importa un día! Está el ayer alerto
al mañana, mañana al infinito:
hombres de España, ni el pasado ha muerto,
ni está el mañana – ni el ayer – escrito.

Ahora las bimenbraciones, menos marcadas y más complejas, intentan trascender esa relación Dios-hombre – en cierto modo concebida como lucha – para darle una aplicación a una realidad concreta, que tiene un nombre: España. Toda esa relación que se ha establecido a base de oposiciones, no tiene un valor absoluto: “¡Qué importa un día!”; pero además se establece una lucha entre el pasado y el futuro: “ni el pasado ha muerto, ni está el mañana – ni el ayer – escrito”

Y el poema acaba con una invocación a la esperanza:
¿Quién ha visto la faz al Dios hispano?

Mi corazón aguarda
al hombre ibero de la recia mano,
que tallará en el roble castellano
el Dios adusto de la tierra parda.

En donde entran en relación los dos versos bimembres “al hombre ibero de la recia mano” y “el Dios adusto de la tierra parda”, de estructura completamente paralela. A nivel semántico me parece que la relación se establece a través de términos como “recia mano”, roble castellano, “ Dios adusto”, y “tierra parda”. Predomina en ellos una nota común que es la sobriedad, la famosa sobriedad castellana que debe ser el punto de partida para la construcción del hombre nuevo, de la tierra nueva que Machado espera.
No pretendo haber hecho un análisis exhaustivo de este poema. Simplemente he intentado buscar una de las posibles lecturas de “El Dios ibero.”

 

Dos poemas, fundamentalmente,  se centran en el tema del cainismo: Por tierras de España y El Dios ibero:

El Dios ibero [CI], segundo poema al que hacemos referencia, presenta al hombre ibérico en sus relaciones con Dios; relaciones interesadas según que el fruto de su trabajo sea asolado por la tempestad o, al contrario, llegue a madurar.

   La primera estrofa es la presentación del personaje:

   Igual que el ballestero

tahúr de la cantiga,

tuviera una saeta el hombre ibero

para el Señor que apedreó la espiga

y malogró los frutos otoñales,

y un “gloria a ti” para el Señor que grana

centenos y trigales

que el pan bendito le darán mañana. […]

Se muestra un concepto primitivo de Dios, tan pronto malo como lleno de bondad. El poeta, para introducir el tema y enmarcarlo en lo anónimo popular, se refiere a una vieja cantiga en la que un tahúr, a pesar de sus trampas, pierde su dinero en la partida y, culpando al cielo, dirige hacia él sus flechas. De la misma forma, nuestro campesino lanzará sus blasfemias o sus agradecidas bendiciones a un Dios caprichoso.

    Las siete estrofas siguientes forman la peculiar oración imprecante que el hombre ibero dirige a su Dios. Es la blasfemia de un hombre que se siente esclavo (obsérvese cómo acentúa este sentido la rima con pena / cadena) de la providencia. Un hombre que ha hablado del pan bendito de su trabajo, pero que ahora lo ve como una maldición bíblica: “Señor, por quien arranco el pan con pena”. A continuación, se dirige a un Dios providencial y bienhechor (“Señor del iris”, “Señor del fruto”) con sentimiento de profunda gratitud. En este tono de dicha, se aluden algunos aspectos de la vida campesina de un modo cándido e ingenuo: “tu soplo” es el viento; “tu lumbre”, el sol; “tu santa mano”, la intervención de una divinidad propicia. Inmediatamente una interpretación maniquea:  por un lado, el Dios de la fortuna, de los ricos; de otro, el Dios de la desgracia, el de los pobres. Este sentimiento deja al hombre impotente ante los caprichos de la divinidad:

      “¡Oh dueño de fortuna y de pobreza,

ventura y malandanza,

que al rico das favores y pereza

y al pobre su fatiga y esperanza. […]

La doble intención (blasfemia y alabanza) se manifiesta en una esperanza que no es una esperanza cristiana, sino la pagana rueda de la fortuna que se equipara a la moneda o al dado en el juego:

     ”¡Señor, Señor: en la voltaria rueda

del año he visto mi simiente echada,

corriendo igual albur que la moneda

del jugador en el azar sembrada!

   ”¡Señor, hoy paternal, ayer cruento,

con doble faz de amor y de venganza,

a ti, en un dado de tahúr al viento

va mi oración, blasfemia y alabanza!” […]

Ha terminado la oración y el poeta vuelve a tomar la palabra, preguntándose por qué el mismo hombre que ayer

    […] puso a Dios sobre la guerra

más allá de la suerte,

más allá de la tierra

más allá del mar y de la muerte […]

 hoy lo insulta. El presente apenas es nombrado y se elude a favor del porvenir:

   Mas hoy… ¡Qué importa un día!

Para los nuevos lares

estepas hay en la floresta umbría,

leña verde en los viejos encinares. […]

   ¡Qué importa un día! Está el ayer alerto

al mañana, mañana al infinito,

hombres de España, ni el pasado ha muerto,

ni está el mañana —ni el ayer— escrito. […]

Se trata, en fin, de convencer al hombre ibero para que forje su destino, y espera que aquel Dios austero vuelva para sustituir el concepto de divinidad caprichosa al que el español dirigía antes su plegaria:

   ¿Quién ha visto la faz al Dios hispano?

Mi corazón aguarda

al hombre ibero de la recia mano,

que tallará en el roble castellano

el Dios adusto de la tierra parda.

El Dios ibero [CI]

 

 

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