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Mónica, la profa de castellano

POEMAS DE ROSALÍA Y ROMANCES ( MODALIDAD LITERATURA )

 

Rosalía de Castro, Antología poética

En las orillas del Sar

1. “Ya que de la esperanza, para la vida mía”

2. “Era apacible el día”

3. “Un manso río, una vereda estrecha”.

4. “Moría el sol, y las marchitas hojas”

5. “Sedientas las arenas, en la playa”

6. Los robles, IV. “Torna, roble, árbol patrio, a dar sombra”

7. “Alma que vas huyendo de ti misma”

8. “Ya siente que te extingues en su seno”

9. “Cenicientas las aguas”

10. “En sus ojos rasgados y azules”

11. “En el alma llevaba un pensamiento”

12. “Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros”

13. A la luna, I. “¡Con qué pura y serena transparencia...!”

14. “Las campanas. Yo las amo, yo las oigo”

15. “En la altura los cuervos graznaban”

16. “Aún otra amarga gota en el mar sin orillas”

17. “No va solo el que llora”

18. “Hora tras hora, día tras día”

Cantares galegos

19. “Campanas de Bastabales”

20. “Adios, ríos; adios, fontes

 

 

 

 

VII

 

Ya que de la      esperanza, para la vida mía,
triste y descolorido ha llegado el ocaso,
a mi morada oscura, desmantelada y fría
tornemos paso a paso,
porque con su alegría no aumente mi amargura
la blanca luz del día.
              
Contenta el negro nido busca el ave agorera,
bien reposa la fiera en el antro escondido,
en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido,
y mi alma en su desierto.

 

ERA APACIBLE EL DÍA...

Era apacible el día
y templado el ambiente
y llovía, llovía,
callada y mansamente;
y mientras silenciosa
lloraba yo y gemía,
mi niño, tierna rosa,
durmiendo se moría.
              
Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía!
              
Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse..., ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.
              
¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos.
              
¡Jamás! ¿Es verdad que todo
para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.
              
Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amorosa afán,
y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.
              
Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
que no morirá jamás,
y que Dios, por que es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.
              
En el cielo, en la tierra, en lo insondable
yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.
              
Mas... es verdad, ha partido,
para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal,
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.
              
Una luciérnaga entre el musgo brilla
y un astro en las alturas centellea,
abismo arriba, y en el fondo abismo;
¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
En vano el pensamiento
indaga y busca lo insondable, ¡oh, ciencia!
Siempre al llegar al término ignoramos
qué es al fin lo que acaba y lo que queda.
              
Arrodillada ante la tosca imagen,
mi espíritu, abismado en lo infinito,
impía acaso, interrogando al cielo
y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.
¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
con sus ecos responde a mis gemidos
desde la altura, y sin esfuerzo el llano
baña ardiente mi rostro enflaquecido.
¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo
lo puedes ver y comprender, Dios mío!
              
¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,
piadoso y compasivo
vuelve a mis ojos la celeste venda
de la fe bienhechora que he perdido,
y no consientas, no, que cruce errante,
huérfano y sin arrimo
acá abajo los yermos de la vida,
más allá las llanadas del vacío.
              
Sigue tocando a muerto, y siempre mudo
e impasible el divino
rostro del Redentor, deja que envuelto
en sombras quede el humillado espíritu.
Silencio siempre; únicamente el órgano
con sus acentos místicos
resuena allá de la desierta nave
bajo el arco sombrío.
              
Todo acabó quizás, menos mi pena,
puñal de doble filo;
todo menos la duda que nos lanza
de un abismo de horror en otro abismo.
              
Desierto el mundo, despoblado el cielo,
enferma el alma y en el polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios, cayó al abismo,
y al buscarle anhelante, sólo encuentro
la soledad inmensa del vacío.
              
De improviso los ángeles
desde sus altos nichos
de mármol me miraron tristemente
y una voz dulce resonó en mi oido:
«Pobre alma, espera y llora
a los pies del Altísimo:
mas no olvides que al cielo
nunca ha llegado el insolente grito
de un corazón que de la vil materia
y del barro de Adán formó sus ídolos.»

 

 

Un manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y el viejo puente rústico y sencillo
completando tan grata soledad.

¿Qué es soledad? Para llenar el mundo
basta a veces un solo pensamiento.
Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras
el puente, el río y el pinar desiertos.

No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro,
quien seca el mar y hace habitar el polo.

 

Moría el sol, y las marchitas hojas
de los robles, a impulso de la brisa,
en silenciosos y revueltos giros

sobre el fango caían:
ellas, que tan hermosas y tan puras
en el abril vinieron a la vida.

Ya era el otoño caprichoso y bello.
¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!
Pues en la tumba de las muertas hojas
vieron sólo esperanzas y sonrisas.

Extinguióse la luz: llegó la noche
como la muerte y el dolor, sombría;
estalló el trueno, el río desbordóse
arrastrando en sus aguas a las víctimas;
y murieron dichosas y contentas...

¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!

 

Sedientas las arenas, en la playa

Sedientas las arenas, en la playa
sienten del sol los besos abrasados,
y no lejos, las ondas, siempre frescas,
ruedan pausadamente murmurando.
Pobres arenas, de mi suerte imagen:
no sé lo que me pasa al contemplaros,
pues como yo sufrís, secas y mudas,
el suplicio sin término de Tántalo.

Pero ¿quién sabe…? Acaso luzca un día
en que, salvando misteriosos límites,
avance el mar y hasta vosotras llegue
a apagar vuestra sed inextinguible.
¡Y quién sabe también si tras de tantos
siglos de ansias y anhelos imposibles,
saciará al fin su sed el alma ardiente
donde beben su amor los serafines!

 

Torna, roble, árbol patrio, a dar sombra
cariñosa a la escueta montaña
donde un tiempo la gaita guerrera
alentó de los nuestros las almas
y compás hizo al eco monótono
del canto materno,
del viento y del agua,
que en las noches del invierno al infante
en su cuna de mimbre arrullaban.
Que tan bello apareces, ¡oh roble!
de este suelo en las cumbres gallardas
y en las suaves graciosas pendientes
donde umbrosas se extienden tus ramas,
como en rostro de pálida virgen
cabellera ondulante y dorada,
que en lluvia de rizos
acaricia la frente de nácar.

¡Torna presto a poblar nuestros bosques;
y que tornen contigo las hadas
que algún tiempo a tu sombra tejieron
del héroe gallego
las frescas guirnaldas!

 

Alma que vas huyendo de ti misma,
¿qué buscas, insensata, en las demás?
Si secó en ti la fuente del consuelo,
secas todas las fuentes has de hallar.
¡Que hay en el cielo estrellas todavía,
y hay en la tierra flores perfumadas!
¡Sí!... Mas no son ya aquellas
que tú amaste y te amaron, desdichada.

 

Ya siente que te extingues en su seno,
llama vital, que dabas
luz a su espíritu, a su cuerpo fuerzas,
juventud a su alma.

Ya tu calor no templará su sangre,
por el invierno helada,
ni harás latir su corazón, ya falto
de aliento y de esperanza.

Mudo, ciego, insensible,
sin goces ni tormentos,
será cual astro que apagado y solo,
perdido va por la extensión del cielo.

 

 

Cenicientas las aguas, los desnudos
árboles y los montes cenicientos;
parda la bruma que los vela y pardas
las nubes que atraviesan por el cielo;
triste, en la tierra, el color gris domina,
¡el color de los viejos!

De cuando en cuando de la lluvia el sordo
rumor suena, y el viento
al pasar por el bosque
silba o finge lamentos
tan extraños, tan hondos y dolientes
que parece que llaman por los muertos.

Seguido del mastín, que helado tiembla,
el labrador, envuelto
en su capa de juncos, cruza el monte;
el campo está desierto,
y tan sólo en los charcos que negrean
del ancho prado entre el verdor intenso
posa el vuelo la blanca gaviota,
mientras graznan los cuervos.

Yo desde mi ventana,
que azotan los airados elementos,
regocijada y pensativa escucho
el discorde concierto
simpático a mi alma...
¡Oh, mi amigo el invierno!,
mil y mil veces bien venido seas,
mi sombrío y adusto compañero.
¿No eres acaso el precursor dichoso
del tibio mayo y del abril risueño?

¡Ah, si el invierno triste de la vida,
como tú de las flores y los céfiros,
también precursor fuera de la hermosa
y eterna primavera de mis sueños...!

 

Fue cielo de su espíritu, fue sueño de sus sueños,
y vida de su vida, y aliento de su aliento;
y fue, desde que rota cayó la venda al suelo,
algo que mata el alma y que envilece el cuerpo.

De la vida en la lucha perenne y fatigosa,
siempre el ansia incesante y el mismo anhelo siempre;
que no ha de tener término sino cuando, cerrados,
ya duerman nuestros ojos el sueño de la muerte.

EN SUS OJOS RASGADOS ....


En sus ojos rasgados y azules,
donde brilla el candor de los ángeles,
ver creía la sombra siniestra

de todos los males.


En sus anchas y negras pupilas,
donde luz y tinieblas combaten,
ver creía el sereno y hermoso
resplandor de la dicha inefable.

Del amor espejismos traidores,

risueños, fugaces...,

cuando vuestro fulgor sobrehumano
se disipa... ¡qué densas, qué grandes
son las sombras que envuelven las almas
a quienes con vuestros reflejos cegasteis

 

En el alma llevaba un pensamiento,
una duda, un pesar,
tan grandes como el ancho firmamento
tan hondos como el mar.

De su alma en lo más árido y profundo,
fresca brotó de súbito una rosa,
como brota una fuente en el desierto,
o un lirio entre las grietas de una roca.

 

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
De mí murmuran y exclaman:
                                                            —Ahí va la loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

 

A la luna

I

¡Con qué pura y serena transparencia
brilla esta noche la luna!
A imagen de la cándida inocencia,
no tiene mancha ninguna.

De su pálido rayo la luz pura
como lluvia de oro cae
sobre las largas cintas de verdura
que la brisa lleva y trae.

Y el mármol de las tumbas ilumina
con melancólica lumbre,
y las corrientes de agua cristalina
que bajan de la alta cumbre.

La lejana llanura, las praderas,
el mar de espuma cubierto
donde nacen las ondas plañideras,
el blanco arenal desierto,

la iglesia, el campanario, el viejo muro,
la ría en su curso varia,
todo lo ves desde tu cenit puro,
casta virgen solitaria.

 

 

LAS CAMPANAS

 

   Yo las amo, yo las
oigo,/

cual oigo el rumor del viento,/

el murmurar de la fuente/

o el balido del cordero./

   Como los pájaros,
ellas,/

tan pronto asoma en los cielos/

el primer rayo del alba,/

 le saludan con tus
ecos/

Y en sus notas, que van prolongándose/

por los llanos y los cerros,/

hay algo de candoroso,/

de apacible y de halagüeño./

   Si por siempre
enmudecieran,/

(…)/

 

 

 

En la altura los cuervos graznaban,
los deudos gemían en torno del muerto,
y las ondas airadas mezclaban
sus bramidos al triste concierto.

Algo había de irónico y rudo
en los ecos de tal sinfonía;
algo negro, fantástico y mudo
que del alma las cuerdas hería.

Bien pronto cesaron los fúnebres cantos,
esparcióse la turba curiosa,
acabaron gemidos y llantos
y dejaron al muerto en su fosa.

Tan sólo a lo lejos, rasgando la bruma,
del negro estandarte las orlas flotaron,
como flota en el aire la pluma
que al ave nocturna los vientos robaron

 

Aún otra amarga gota en el mar sin orillas
donde lo grande pasa de prisa y lo pequeño
desaparece o se hunde, como piedra arrojada
de las aguas profundas al estancado légamo.

Vicio, pasión, o acaso enfermedad del alma,
débil a caer vuelve siempre en la tentación.
Y escribe como escriben las olas en la arena,
el viento en la laguna y en la neblina el sol.

Mas nunca nos asombra que trine o cante el ave,
ni que eterna repita sus murmullos el agua;
canta, pues, ¡oh poeta!, canta, que no eres menos
que el ave y el arroyo que armonioso se arrastra.

 

No va solo el que llora,

no os sequéis, ¡por piedad!, lágrimas mías;

basta un pesar del alma;

jamás, jamás le bastará una dicha.

Juguete del Destino, arista humilde,

rodé triste y perdida;

pero conmigo lo llevaba todo:

llevaba mi dolor por compañía.

 

HORA TRAS HORA, DÍA TRAS DÍA

Hora tras hora, día tras día,
Entre el cielo y la tierra que quedan
        Eternos vigías,
Como torrente que se despeña
        Pasa la vida.

Devolvedle a la flor su perfume
        Después de marchita;
De las ondas que besan la playa
Y que una tras otra besándola expiran
Recoged los rumores, las quejas,
Y en planchas de bronce grabad su armonía.

Tiempos que fueron, llantos y risas,
Negros tormentos, dulces mentiras,
¡Ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
        En dónde, alma mía?

 

 

Cantares galegos

Campanas de Bastabales,

cando vos oio tocar,

mórrome de soidades. Campanas de Bastabales,

cuando os oigo tocar,

me muero de añoranzas.

I I

Cando vos oio tocar,

campaniñas, campaniñas,

sin querer torno a chorar.

 

Cando de lonxe vos oio

penso que por min chamades

e das entrañas me doio.

 

Dóiome de dór ferida,

que antes tiña vida enteira

e hoxe teño media vida.

 

só media me deixaron

os que de aló me trouxeron,

os que de aló me roubaron.

 

Non me roubaron, traidores,

¡ai!, uns amores toliños,

¡ai!, uns toliños amores.

 

Que os amores xa fuxiron,

as soidades viñeron...

de pena me consumiron. Cuando os oigo tocar,

campanitas, campanitas,

sin querer vuelvo a llorar.

 

Cuando de lejos os oigo

pienso que por mí llamáis

y de las entrañas me duelo.

 

Me duelo de dolor herida,

que antes tenía vida entera

y hoy tengo media vida.

 

Sólo media me dejaron

los que de allá me trajeron,

los que de allá me robaron.

 

No me robaron, traidores,

¡ay!, unos amores locos,

¡ay!, unos locos amores.

 

Que los amores ya huyeron,

las soledades vinieron...

de pena me consumieron.

II II

Aló pola mañanciña

subo enriba dos outeiros

lixeiriña, lixeiriña.

 

Como unha craba lixeira,

para oir das campaniñas

a batalada primeira.

 

A primeira da alborada

que me traen os airiños

por me ver máis consolada.

 

Por me ver menos chorosa,

nas suas alas ma traen

rebuldeira e queixumbrosa.

 

Queixumbrosa e retembrando

por antre verde espesura,

por antre verde arborado.

 

E pola verde pradeira,

por riba da veiga llana,

rebuldeira e rebuldeira. Allá por la mañanita

subo sobre los oteros

ligerita, ligerita.

 

Como una cabra ligera

para oir de las campanas

la campanada primera.

 

La primera de la alborada

que me traen los aires

por verme más consolada.

 

Por verme menos llorosa,

en sus alas me la traen

retozona y quejumbrosa.

 

Quejumbrosa y temblando

entre la verde espesura,

entre la verde arboleda.

 

Y por la verde pradera,

sobre la vega llana,

juguetona y juguetona.

III III

Paseniño, paseniño

vou pola tarde calada

de Bastabales camiño.

 

Camiño do meu contento;

i en tanto o sol non se esconde

nunha pedriña me sento.

 

E sentada estou mirando

como a lua vai saíndo,

como o sol se vai deitando.

 

Cal se deita, cal se esconde

mentras tanto corre a lua

sin saberse para donde.

 

Para donde vai tan soia

sin que aos tristes que a miramos

nin nos fale nin nos oia.

 

Que si oira e nos falara,

moitas cousas lle dixera,

moitas cousas lle contara. Despacito, despacito

voy por la tarde callada

de Bastabales camino.

 

Camino de mi contento;

y en tanto el sol no se esconde

en una piedrita me siento.

 

y sentada estoy mirando

como la luna va saliendo,

como el sol se va poniendo.

 

Cual se acuesta, cual se esconde

mientras tanto corre la luna

sin saberse para dónde.

 

Para dónde va tan sola

sin que a los tristes que la miramos

ni nos hable ni nos oiga

 

Que si oyera y nos hablara

muchas cosas le dijera,

muchas cosas le contara.

IV IV

Cada estrela, o seu diamante;

cada nube, branca pruma;

triste a lúa marcha diante.

 

Diante marcha crarexando

veigas, prados, montes, ríos,

onde o día vai faltando.

 

Falta o día e noite escura

baixa, baixa, pouco a pouco,

por montañas de verdura.

 

De verdor e de follaxe,

salpicada de fontiñas

baixo a sombra do ramaxe.

 

Do ramaxe donde cantan

paxariños piadores,

que ca aurora se levantan.

 

Que ca noite se adormecen

para que canten os grilos

que cas sombras aparecen. Cada estrella, su diamante;

cada nube, blanca pluma;

triste la luna marcha delante.

 

Delante marcha clareando

vegas, prados, montes ríos,

donde el día va faltando

 

Falta el día y noche oscura

baja, baja, poco a poco,

por montañas de verdor.

 

De verdor y de follaje,

salpicada de fuentecillas

bajo la sombra del ramaje.

 

Del ramaje donde cantan

pajarillos piadores,

que con la aurora se levantan.

 

Que con la noche se adormecen

para que canten los grillos

que con las sombras aparecen.

V V

Corre o vento, o río pasa.

Corren nubes, nubes corren

camiño da miña casa.

 

Miña casa, meu abrigo,

vanse todos, eu me quedo

sin compaña nin amigo.

 

Eu me quedo contemprando

as laradas das casiñas

por quen vivo sospirando.

 

..............................

 

Ven a noite..., morre o día,

as campanas tocan lonxe

o tocar do Ave María.

 

Elas tocan pra que rece;

eu non rezo que os saloucos

afogándome parece

que por mín tén que rezar.

 

Campanas de bastabales,

cando vos oio tocar,

mórrome de soidades. Corre el viento, el río pasa.

Corren nubes, nubes corren

camino de mi casa.

 

Mi casa, mi abrigo,

se van todos, yo me quedo

sin compañía ni amigo.

 

Yo me quedo contemplando

las llamas del hogar en las casitas

por las que vivo suspirando.

 

................................

 

Viene la noche..., muere el día,

las campanas tocan lejos

las notas del Ave María.

 

Ellas tocan para que rece;

yo no rezo que los sollozos

ahogándome parece

que por mi tienen que rezar.

 

Campanas de Bastabales

cando vos oio tocar,

me muero de añoranzas.

 

 

Adiós, ríos; adios, fontes;
adios, regatos pequenos;
adios, vista dos meus ollos:
non sei cando nos veremos.
Miña terra, miña terra,
terra donde me eu criei,
hortiña que quero tanto,
figueiriñas que prantei,
prados, ríos, arboredas,
pinares que move o vento,
paxariños piadores,
casiña do meu contento,
muíño dos castañares,
noites craras de luar,
campaniñas trimbadoras,
da igrexiña do lugar,
amoriñas das silveiras
que eu lle daba ó meu amor,
camiñiños antre o millo,
¡adios, para sempre adios!
¡Adios groria! ¡Adios contento!
¡Deixo a casa onde nacín,
deixo a aldea que conozo
por un mundo que non vin!
Deixo amigos por estraños,
deixo a veiga polo mar,
deixo, en fin, canto ben quero...
¡Quen pudera non deixar!...
.........................................
Mais son probe e, ¡mal pecado!,
a miña terra n'é miña,
que hastra lle dan de prestado
a beira por que camiña
ó que naceu desdichado.
Téñovos, pois, que deixar,
hortiña que tanto amei,
fogueiriña do meu lar,
arboriños que prantei,
fontiña do cabañar.
Adios, adios, que me vou,
herbiñas do camposanto,
donde meu pai se enterrou,
herbiñas que biquei tanto,
terriña que nos criou.
Adios Virxe da Asunción,
branca como un serafín;
lévovos no corazón:
Pedídelle a Dios por min,
miña Virxe da Asunción.
Xa se oien lonxe, moi lonxe,
as campanas do Pomar;
para min, ¡ai!, coitadiño,
nunca máis han de tocar.
Xa se oien lonxe, máis lonxe
Cada balada é un dolor;
voume soio, sin arrimo...
¡Miña terra, ¡adios!, ¡adios!
¡Adios tamén, queridiña!...
¡Adios por sempre quizais!...
Dígoche este adios chorando
desde a beiriña do mar.
Non me olvides, queridiña,
si morro de soidás...
tantas légoas mar adentro...
¡Miña casiña!,¡meu lar!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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