El Cid, otras teorías sobre su gran figura
RODRIGO DIAZ DE VIVAR LLAMADO EL CID CAMPEADOR. | |
Rodrigo Díaz de Vivar, nombrado, por especial respeto y deferencia, Mío Cid, Mi Señor, nació en un barrio de Vivar del Cid llamado Villentro. Descendía de la noble estirpe de Diego Porcelos, que levantó el castillo de Burgos. Laín Calvo, abuelo del Cid, fundó el barrio de Villentro y levantó una casa tapial o casa fortaleza de piedra cuyas ruinas se pueden contemplar todavía hoy. Diego Laínez, padre del Cid, vivió de ordinario en esa casa tapial. Ahí, pues, hacia el año 1043, nacería Rodrigo Díaz, el Cid Campeador. Desde su juventud, forjaría su ánimo participando con su padre en las luchas contra las tropas del rey de los navarros cuyos dominios llegaban hasta las lomas que circundan por el este a Vivar como dice la Historia Roderici. Desde Vivar haría frecuentes viajes a Burgos, donde tenía una casa o posada, para formarse en la corte al lado del infante don Sancho, hijo de Fernando I. Al morir el rey, se dividió el reino entre sus hijos. A Sancho II le tocó Castilla con el título de rey. No se conformó Sancho II con el reparto y atacó a sus hermanos, Alfonso y García, para arrebatarles sus reinos. En estas luchas figuraba el Cid como alférez o portaestandarte del rey castellano. Al morir Sancho II frente a los muros de Zamora le sucedió en el trono castellano su hermano Alfonso VI, que estaba desterrado en la corte del rey moro de Toledo. La nobleza y el obispo de Burgos, don Jerónimo, se aprestaron con diligencia a proclamar como rey de Castilla a Alfonso VI. Recogiendo estos hechos, dice el Carmen Campidoctoris: "Tras la muerte con engaño (de Sancho) el rey Alfonso se hizo cargo del reino al que (Rodrigo) cumpliendo la orden de su hermano hizo entrega de toda Castilla’ No hubo, pues, juramentos en la iglesia de Santa Gadea; ni enemistad del rey ni destierro por ese motivo. Esas son leyendas elaboradas en épocas más tardías. Al revés, en un principio, el Cid gozó de la amistad y favor del rey más que ningún otro noble de la corte: le colmó de privilegios, le casó con una sobrina suya, doña Jimena, fue delegado del rey en varios juicios, a parte de otras consideraciones. Otros parecen los motivos sobre los que se cebaron los mestureros o encizañadores de la corte para conseguir del rey el destierro del Cid, a saber: el cobro de las parias al rey moro de Sevilla, tributario del rey de Castilla; el ataque al rey moro de Toledo, bajo el amparo del rey Alfonso VI; y el no acudir a tiempo para ayudar al rey en el sitio de Aledo. Envidiosos, los nobles mestureros encizañaban al rey diciendo que el Cid se había quedado con parte de las parias o tributos, que el Cid no respetaba la política de pactos del rey con los reinos moros, que no se podía fiar de un noble que no acude con presteza para ayudar a su rey. Y tanto envolvieron el ánimo del rey que "cambió su amor en ira y ordenó que el héroe fuera desterrado de su tierra ", como apunta el Carmen Campidoctoris. Ya en el destierro, el Cid tiene imperiosamente que sobrevivir no sólo para ganar el pan y bienestar para sí y para los suyos, sino para no perecer en tierra extraña. Por eso, las luchas del Cid eran a vida o muerte, no había escapatoria. Esa dramática situación, estar entre enemigos y desterrado de su tierra, y ayudado por su genio militar, le hizo superar todas las dificultades frente a moros y cristianos. Y cuando las circunstancias le aconsejaron, puso sus fuerzas a disposición de otros reinos, como lo hizo con el rey moro de Zaragoza. Llegado el momento, y disponiendo de fuerzas suficientes, se lanzó a la conquista por su cuenta, sorteando el complicado laberinto en el que se enredaba la política de los reinos moros. Gracias a su talento militar y político, conquistó el Levante y se apoderó de la ciudad de Valencia, donde reinó como señor absoluto y hasta con cierta independencia de Castilla. Defendió Valencia del poder de los almorávides, contra los que no pudo ni el mismo rey Alfonso VI. El Cid se reveló entonces como la única espada invencible frente al poder de los moros. Murió en Valencia el año 1099. Su muerte fue sentida por toda la cristiandad y recibida con alivio por los seguidores del Islam. Su mujer, doña Jimena, no pudo sostener Valencia durante mucho tiempo. Y así, con el conocimiento del rey Alfonso, abandonó la ciudad y regresó a Castilla, trayendo el cuerpo del Cid para enterrarlo en el monasterio de San Pedro de Cardeña. Allí permaneció hasta la invasión francesa. Desde 1926 reposa bajo el crucero de la catedral de Burgos. La figura del Cid ha despertado juicios contradictorios a lo largo de la historia, mezclando o contraponiendo el mito con la realidad. Rodrigo Díaz de Vivar fue un ser fuera de lo normal, de inteligencia sutil y práctica, estratega genial, esforzadísimo militar, político sagaz, astuto y prudente a la vez, de temperamento incontinente ante los retos de la vida, vengador implacable de sus enemigos y generoso con los que le caían en gracia, ambicioso y de arrolladora personalidad que pide espacio al caminar, con aquella confianza que suelen tener los hombres superiores que no admiten parangón. Parece que no acarició o no tuvo tiempo de acariciar los grandes ideales de la reconquista y de la cruzada, acaso porque tuvo que dedicar todas sus energías para resolver los acuciantes e inaplazables problemas de cada día y conquistar y asegurar un territorio donde vivir. En fin, como dijo Ben Bassam, ’el Cid fue un milagro de los grandes milagros del Señor". Fue tan grande su fama que muy pronto se cantaron y escribieron sus hazañas. Ya hacia 1093, un monje de Ripoll componía un poema en honor del Cid llamado Carmen Campidoctoris. Hacia 1110, según Menéndez Pidal, otro clérico catalán escribía la Historia Roderici. Y fueron muchos los cantos noticieros que recogían la fama del Cid en la primera parte del siglo XII, como nos indica el Poema de Almería, escrito hacia 1147, que nos dice que se le cantaba llamándole frecuentemente Mío Cid. Pero el mayor monumento literario dedicado al Cid es el Cantar de Mío Cid, escrito por Pero Abat en 1207. |
1099-1999: 900 Aniversario de la muerte del Cid
I.- Introducción
Héroe nacional por excelencia Rodrigo Díaz, el Cid, el más universal de los burgaleses, encarna el prototipo del caballero con las máximas virtudes, fuerte y leal, justo y valiente, prudente y templado, guerrero y culto...
A pesar de la distancia que nos separa de su vida, conocemos con bastante exactitud su vida y obra. Mucha leyenda le rodea, pero, su figura ha sido estudiada con gran rigor por grandes especialistas, como Menéndez Pidal. Gracias a estas personas, conocemos la personalidad del caballero burgalés, los hechos que hicieron sus días, su vida familiar, y hasta su caballo y espadas son por todos conocidos.
Sus restos y los de Jimena, su esposa, descansan en el centro de la catedral de la capital de Castilla, Burgos, pero su espíritu está con nosotros aún presente.
II.- Biografía del Campeador.
Rodrigo Díaz nació en Vivar, pequeña aldea situada a 7 kilómetros de la ciudad de Burgos en 1043. Hijo de Diego Laínez, noble caballero de la Corte Castellana y de una hija de Rodrigo Alvarez. Descendiente es por línea paterna de Laín Calvo, uno de los dos Jueces de Castilla.
A los 15 años quedó huérfano de padre y se crió en la corte del rey Fernando I junto al hijo del monarca, el príncipe Sancho. Ambos crecieron juntos y trabaron buena amistad durante cinco años. También se educó en las letras y en las leyes, seguramente en el monasterio de San Pedro de Cardeña, lecciones que le servirían posteriormente para representar en pleitos al mismo monasterio y también al mismísimo Alfonso VI el cual confió al burgalés numerosas misiones diplomáticas en las que debía conocer perfectamente las leyes.
Entre los años 1063 a 1072 fue el brazo derecho de don Sancho y guerreó junto a él en Zaragoza, Coimbra, y Zamora, época en la cual fue armado primeramente caballero y también nombrado Alférez y "príncipe de la hueste" de Sancho II.
A los 23 años obtuvo el título de "Campeador" -Campidoctor- al vencer en duelo personal al alférez del reino de Navarra.
A los 24 años era conocido ya como Cidi o Mío Cid, expresión de cariño y admiración.
Con la muerte de Sancho II en el cerco de Zamora y tras la jura de Santa Gadea tomada por Rodrigo al nuevo rey castellano, Alfonso VI, la suerte del Cid cambió y su gran capacidad fue desechada por la ira y envidia del nuevo monarca.
En 1081 el Cid es desterrado por primera vez de Castilla. 300 de los mejores caballeros castellanos le acompañaron en tan difícil situación. Esta etapa duró unos 6 años los cuales fueron aprovechados por Rodrigo y sus hombres para hacer de Zaragoza su cuartel general y luchar en el Levante.
Vuelve a Burgos en 1087 pero poco duró su paz con el rey por lo que marchó de hacia Valencia donde se convirtió en el protector del rey Al-Cádir y sometió a los reyezuelos de Albarracín y Alpuente.
El almorávide Yusuf cruza en 1089 el estrecho de Gibraltar y el rey Alfonso pide ayuda al caballero castellano, pero por una mal entendido entre ambos surge una nueva rencilla entre el rey y su leal súbdito y el monarca le destierra por segunda vez en 1089.
En los diez años siguientes, la fama del Cid se acrecentó espectacularmente al contrario que el reinado del rey. En menos de un año el Cid se hizo señor de los reinos moros de Lérida, Tortosa, Valencia, Denia, Albarracín, y Alpuente.
En torno al 1093, matan a su protegido de Valencia Al-Cádir, ciudad que fue tomada por Ben Yehhaf. El Cid asedió durante 19 meses la ciudad y finalmente entró triunfal en junio de 1094.
Rodrigo se convirtió en el señor de Valencia, otorgó a la ciudad un estatuto de justicia envidiable y equilibrado, restauró la religión cristiana y al mismo tiempo renovó la mezquita de los musulmanes, acuñó moneda, se rodeó de una corte de estilo oriental con poetas tanto árabes como cristianos y gentes eminentes en el mundo de las leyes, en definitiva, organizó con grandísima maestría la vida del municipio valenciano.
Aún habría de combatir numerosas batallas, como la que el mismo año le enfrentó al emperador almorávide Mahammad, sobrino de Yusuf, el cual se presentó a las puertas de Valencia con 150.000 caballeros. La victoria fue total, tan grande fue el número de enemigos como grande fue el botín a ellos recogido.
En 1097 muere en la batalla de Consuegra su único hijo varón, Diego.
El domingo 10 de julio de 1099, muere el Cid. Toda la cristiandad lloró su muerte.
III.- El Destierro.
Al morir Fernando I (primer rey de Castilla), divide su reino entre sus hijos. A Don García le da Galicia, a Don Alfonso León, Castilla a Don Sancho y Toro y Zamora a Doña Elvira y Doña Urraca respectivamente. Sancho no contento con el reparto intenta unificar los territorios con la ayuda de su alférez El Cid.
Juntos lucharon en varias batallas, entre ellas, el duelo judicial o campo de la verdad en el que el Cid derrotó al navarro Jimeno Garcés obteniendo el título de Campeador. también lucharon en las batallas de Llantada y Golpejar, en las cuales vencimos y derrotando a los leoneses, Alfonso pierde la corona de León en favor de Sancho, rey de Castilla. También acompañó el Cid al cerco de Zamora, donde el rey Sancho fue asesinado a traición por Bellido Dolfos.
Por ser el Cid jefe de las tropas del rey Sancho y por sus conocimientos jurídicos en Derecho Castellano, fue el mismo quien tomó juramento en la Iglesia de Santa Gadea de Burgos, a Don Alfonso, de no haber tenido arte ni parte en la muerte de Don Sancho.
Debido a esta razón, entre otras seguramente, el nuevo rey de Castilla, Alfonso VI, destituyó a Rodrigo de su cargo y nombró Alférez real a García Ordóñez, pasando el Cid a un segundo plano en la corte.
Tras esto, el Cid tomó matrimonio con Jimena, hija del Conde de Oviedo, nieta de Alfonso VI y biznieta de Alfonso V el 19 de Julio de 1074.
En 1079, se dirige a Sevilla para cobrar los tributos (parias) del rey de Sevilla a Alfonso VI. Esta en ello cuando él y el rey de Sevilla fueron atacados por el rey de Granada y García Ordoñez. Las mesnadas del Cid consiguen vencer a los asaltantes y Rodrigo humilla a García Ordóñez en el castillo de Cabra, pero a la vuelta a Burgos, este último, y Pedro Ansúrez, desencadenan traición contra el Cid, consiguiendo que Alfonso VI le destierre, y prohibe a todos los burgaleses darle ayuda o aposento alguno, como así dicen los versos del Cantar:
" Ya entra el Cid Ruy Díaz por Burgos;
sesenta pendones le acompañan.
Hombres y mujeres salen a verlo,
los burgaleses y burgalesas se asoman a las ventanas:
todos afligidos y llorosos.
De todas las bocas sale el mismo lamento:
¡Oh Dios, qué buen vasallo si tuviese buen Señor! "
Mio Çid Roy Díaz por Burgos entrove, En sue compaña sessaenta pendones;
exien lo ver mugieres e varones,
burgeses e burgesas por las finiestras sone.
De las sus bocas todos dizían una razóne:
" Dios, que buen vassallo, si oviese buen señore! "
IV.- El Cantar del Cid.
Ni el mismísimo Cid podía imaginarse la trascendencia de su vida tras su muerte. Todos los juglares de los siglos posteriores a su muerte contarían en forma de cantares de gesta su vida y sus hazañas, así como también inventarían su leyenda.
Varios son los escritos sobre el Cid, pero destaca sobremanera el llamado Cantar de Mio Cid (nótese que no es Poema sino Cantar, ya que como letra de una canción ha de ser tomado y no texto de poema).
Así pues, El Cantar del Cid, es una canción recitada por los juglares de aquellos tiempos medievales. El texto que nos ha llegado, es una transcripción de un copista llamado Per Abbat en un manuscrito (del s. XIV, conservado en la Biblioteca Nacional). Aunque hay quien opina que pudiera ser el autor y no mero copista.
El manuscrito, al igual que su "primo" de La Chanson de Roland, no es de gran belleza y contiene varias faltas, algunas corregidas, esto es debido a una finalidad de uso por parte de los juglares y no para más altos menesteres.
Es posible que ya existiera un primitivo Cantar del Cid en 1120, aunque piensan los expertos que no seria de contenido como el conservado hasta 1207.
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